Dahlia

Las dalias son unas de las plantas perennes más prolíficas en lo que a flores se refiere que tenemos. No son nada exigentes y son muy versátiles; las hay en todos los colores que van del blanco al púrpura oscuro, de todos los tamaños y de formas muy variadas, desde pompones perfectos a montones de pétalos desordenados.

Hay simples, como si fuera una margarita con el centro naranja y una sola fila de pétalos; éstas son especialmente atractivas para la vida salvaje, porque atraen todo tipo de insectos a su centro visible.
Las que tienen muchos pétalos son más sofisticadas, pero con mucho menos valor para la vida en los jardines. De todas maneras, si nos descuidamos cuando están empezando a brotar, son la comida perfecta para caracoles y babosas, que nos dejarán sin ningún brote en una sola noche.

Tienen también diferentes alturas y tamaños, así que hay que mirar bien la descripción antes de plantarlas, porque las más altas siempre necesitan sujeción; los tallos pueden llegar a medir más de un metro, y si le añadimos el peso de las flores, suelen acabar en el suelo a la primera lluvia fuerte.






Se pueden adquirir los tubérculos a partir de febrero, y sólo necesitan un terreno con mucho sol, que no haya heladas a partir de que empiecen a brotar, y riegos abundantes de vez en cuando. Normalmente empiezan a florecer en junio, y no paran hasta que el frío las hace entrar en periodo de descanso. Entonces se pueden cortar los tallos y dejarlas en la misma tierra hasta que empiecen a brotar en la primavera siguiente, o si hace mucho frío, se sacan los tubérculos y se guardan en sitio donde no hiele hasta la primavera siguiente.

Son, además, muy fáciles de reproducir: por semillas, si queremos plantas diferentes de la madre, o por esqueje de tallo tierno o división de los tubérculos, si queremos que sea exactamente igual.

